La percepción de la corrupción actúa como un freno potente para el desarrollo en Sudamérica, infiltrándose en cada estrato de la sociedad y el mundo empresarial. Sus efectos son profundos y multifacéticos, generando un ciclo vicioso que perpetúa la desigualdad y la inestabilidad.
En el ámbito social, la corrupción erosiona los cimientos mismos de la confianza pública. La desconfianza institucional se arraiga cuando los ciudadanos perciben que sus líderes y funcionarios priorizan el interés personal sobre el bien común. Esta desconfianza se traduce en apatía política, desinterés en la participación cívica y, en casos extremos, en estallidos de descontento social.